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Barcelona any 1535. Autor: Jan Cornelisz Vermeyen. |
Barcelona, ciutat mil·lenària, ha estat modelada al llarg dels segles per un element omnipresent però sovint invisible: les seves muralles. Aquest article, publicat a La Vanguardia el 17 de maig de 1973, ens convida a una fascinant retrospectiva sobre els murs que van definir i, alhora, ofegar la ciutat. Des de les humils fortificacions romanes del segle I fins als imponents baluards medievals i la controvertida Ciutadella, el text traça un recorregut per la història urbanística de la ciutat, destacant el seu caràcter dual de protecció i presó. L'autor ens recorda que, encara, les "muralles" modernes—les rondes—continuen condicionant la vida dels barcelonins, plantejant una reflexió atemporal sobre la relació entre la ciutat i les seves barreres.
"Su derribo en el siglo XIX señaló la posibilidad de que la urbe se extendiera enormemente sobre el trazado del Plan Cerda; pero no fue aprovechado de modo adecuado el espacio que los muros dejaron libre donde se encontraba su emplazamiento.
Muros operantes e incordiantes
La ciudad de Barcelona que establecieron los romanos en el siglo I, prácticamente no tenía murallas, eran muy sencillas, tenían pocas torres, sólo en los ángulos y en las puertas del perímetro amurallado. La fuerza y el prestigio de Roma, sus fuertes legiones y hábiles generales eran suficientemente garantía contra ningún avieso acercamiento a la ciudad.
Así creció la urbe tranquila y prósperamente hasta el siglo III, cuando entre los años 260 y 270, al parecer una invasión de francos y alanos irrumpió en la Colonia Pía Favencia Paterna Barcino y se apoderó de ella.
No hay otros datos al respecto que los puramente arqueológicos y estos son bastante explícitos. A seguido de la invasión las legiones romanas retornaron y, con energía y decisión, construyeron un recinto amurallado de preciso y exacto trazado. Tan preciso y tan exacto que su paso sepultó muchos edificios de la antigua ciudad y dejó algunos de ellos fuera de su perímetro. Tan drástica y efectiva solución hace pensar cuan poco se tomó en consideración el urbanismo preexistente. La única concesión fue la de ahorrarse el pomerio o calle inscrita en la muralla ya que en Barcelona no hubo solución de continuidad entre muros y edificios.
Esta rotunda lección de poliorcética significó grandes remedios para paliar grandes males. Quizás los romanos no quisieron defender a los habitantes de la ciudad sino solamente el enclave estratégico.
Acaso los barceloneses fueron castigados por colaboracionistas con los
bárbaros. Esto nunca se sabrá pues el
archivo barcelonés ardió con la razzia
de Almanzor a finales del siglo X, quedando únicamente el testimonio de las
murallas hechas con restos de la ciudad
antigua.
La aparición de restos escultóricos
en el mazacote de relleno de las torres indica cuan poco considerados fueron
los romanos del siglo IV con sus antecesores en Barcino.
El recinto amurallado de la cuarta
centuria es ejemplar en muchos sentidos y confiere a Barcelona una personalidad dentro del imperio de baja
época.
Fue Antonio Cellés quien en 1835 levantó los planos de estas murallas que
habían quedado ocultas por edificaciones posteriores adheridas exteriormente a sus lienzos y torres. A la muete de Cellés sus colegas arquitectos
Oriol Mestres Esplugas y José Oriol
Bernadet concluyeron el trazado del perímetro fortificado que publicó Andrés
Avelino Pi y Arimón en su «Barcelona
antigua y moderna» (1845).
Por entonces era sólo visible del antiguo muro la Porta Pretoria de la Plaza Nueva ya que el fragmento del palacio real menor desapareció con su
demolición.
La obra de Florensa
Fue el arquitecto Adolfo Florensa Ferrer quien más se esforzó en revitalizar las murallas a lo largo de más de seis lustros como conservador de la ciudad antigua. En sus interesantes monografías explicó y comentó ampliamente el plan de liberación de los muros romanos.
Partiendo de la puerta Pretoria la muralla sigue por las casas del Arcediano y Penitenciero hasta las escaleras de la catedral. Continúa en la casa de la Pia Almoina y por la calle de la Tapinería alcanza la plaza del Ángel. Toda esta parte fue rescatada por los trabajos de Florensa.
En la plaza del Ángel se interrumpe la muralla ya que fue demolida la llamada puerta de la Presó o «porta principalis sinistra» cuyas torres flanqueantes sucumbieron en 1714 y 1848. Sigue la muralla rescatada a lo largo de la calle Subteniente Navarro donde sirve de apoyo a la casa Requesens sede de la Real Academia de Buenas Letras. Con alguna interrupción a partir de la Bajada Cassador alcanza la plaza de Arrieros y la calle Regomir donde estuvo la puerta decumana que subsistió hasta mediado el siglo XIX siendo dibujada por Rigalt, y el pequeño baluarte avanzado con la hipotética torre Ventosa chamuscada aún por lo que parece ser incendio de Almanzor en 987.
Tuerce luego la muralla pasando por las calle de Avinyó, donde quedan agunos restos, calle del Call, para cerrarse definitivamente en la plaza Nueva después de: discurrir por la calle de la Paja y palacio arzobispal.
Tiene 9,2 metros de altura; 3,6 de grueso en los muros y 6,3 en las torres que sobresalen 2,5 del muro, siendo su frente de 5,3 y estando separadas entre sí 9,7 m.
Su perímetro es de 1.300 m. y su área abarcada es de 103.000 m.2.
Alrededor de este recinto crecieron entre los siglos IV y XIII primero iglesias y conventos, luego burgos y vilanovas y finalmente una entera ciudad que precisó de nuevo amurallamiento.
Los cintos del Conquistador y del
Ceremonioso
El segundo amurallamiento de Barcelona se delimitó por la Rambla, las actuales Rondas, el barrio de Ribera y el mar. Tan extensa obra no se hizo enteramente durante el reinado de Jaime I, cuando solamente se inició. Los trabajos siguieron bajo Pedro II y Alfonso I. A fines del siglo XIII se hizo el portal Nou en el tramo entre Junqueras y San Pedro de las Puellas quedando sólo indefensa la parte marítima de la ciudad. La muralla de mar se comenzó en 1357, incluyendo las Atarazanas, y se concluyó en 1454. Mucho antes de acabarse este cinturón resultó ya demasiado chico y hubo que ampliarlo abarcando toda la zona frente a la Rambla en las huertas de San Beltrán.
A fines del siglo XIV se llegaba a San Pablo del Campo, subsistiendo sin embargo la muralla de la Rambla como segunda línea defensiva.
Ocho puertas se abrían en este recinto que ha sido llamado de Pedro III el Ceremonioso.
Si bien el perímetro amurallado ya no sufrió cambios en su trazado sí se modificó su aspecto externo al tener que adaptarlo a las necesidades derivadas de la aparición de la temible artillería.
En épocas sucesivas, y muy especialmente a partir de las teorías poliorcéticas de Sebastián Le Preste de Vauban, por delante de las murallas se construyeron los baluartes y revellines, es decir, los grandes terraplenes y fortines avanzados para batir lateralmente los fosos y los glacis o explanada frente a ellos por donde discurría la calle de Ronda, lugar predilecto de los barceloneses para sus merendolas domingueras.
A finales del siglo XVII existían tres baluartes, el de Tallers, el de Junqueras y el de la puerta Nueva y cinco fortines o reductos extramuros, además del castillo de Montjuïc.
Todo este aparato militar no sufrió variación hasta 1715 en que, después del sitio de la ciudad por el duque de Berwick, se decidió la construcción de la ciudadela previa demolición del barrio de Ribera y murallas de aquella zona.
La ciudadela, obra de Próspero Felipe de Werboom, tenía forma pentagonal y encerraba una amplia plaza de armas, los cuarteles, el palacio del gobernador, el arsenal y la capilla.
La demolición
Tan aparatoso conjunto defensivo se convirtió en tremendo cíngulo para la urbe qua no podía crecer provocando la deformación de su espacio interno con la desaparición de huertos y jardines y el crecimiento en altura de los edificios con los consiguientes perjuicios a la higiene y comodidad de los vecinos.
Mediado el siglo XIX y después de múltiples intentonas entre las que destaca el trabajo premiado en 1841 a Pedro Felipe Monlau «¡Abajo las murallas!», se logró en 1854 la autorización del derribo que se llevó a cabo a toda prisa para evitar arrepentimientos o rectificaciones.
A todo ello siguió le aprobación, en 1859, del plan Cerda y el inicio del Ensanche de Barcelona.
Todos cuantos elogios se han hecho de este plan de ordenación fruto del libro «Teoría de la urbanización», pionero del urbanismo moderno, están plenamente justificados pero no se ha destacado suficientemente la falta de previsión que significó el derribo de las murallas y el inmediato aprovechamiento del terreno por ellas ocupado y el de los fosos y glacis.
Viena, que contemporáneamente derribó sus muros, supo aprovechar el espacio para la creación del hermoso Ring o anillo que sirvió de base para la construcción de jardines y da bellos edificios representativos tales el Parlamento, el Museo, el Ayuntamiento y la iglesia Votiva.
En Barcelona apenas las Rondas y la plaza de Cataluña, que no figuraba en el plan Cerda, son el escaso resultado de demoler los muros algunas de cuyas partes tenían interés monumental digno de mejor suerte.
Los restos de la muralla
De un modo paradójico resulta que se ha conservado mucho mejor la muralla romana que la medieval. Las gentes del XIX mostraron mayor eficacia demoledora y así del aquel extenso sistema fortificado sólo subsiste la puerta de Santa Madrona, por haber quedado incluida en el cuartel de Atarazanas, correspondiente a la ampliación de Pedro el Ceremonioso, en el siglo XIV. De la ciudadela han subsistido el Arsenal, ahora museo de arte moderno, el palacio de Gobierno, ahora instituto de Enseñanza Media y la iglesia, ahora capilla castrense.
No hace demasiados años aún quedaba en pie algo del baluarte de don Carlos, en la playa, sede que fue de la sección marítima de la exposición de 1888. Los últimos restos desaparecieron con la obra del paseo marítimo.
Al hacer el cimiento para el monumento al doctor Robert asomó el ángulo del baluarte de Tallers, en 1907, pero luego desapareció en 1925 al hacer el ferrocarril metropolitano transversal. En los sótanos de la Universidad subsisten algunas bóvedas de aquel baluarte que Rogent aprovechó al hacer el nuevo edificio.
Modernas murallas
Ahora se están construyendo nuevas murallas en forma de cinturones de ronda que dividen la ciudad en círculos concéntricos reventando barrios enteros para abrir reverente paso a los automóviles.
La asfixia de los barceloneses provocada por las sólidas, pausadas, pétreas y solemnes murallas ha sido tecnológicamente sustituido por la asfixia ruidosa, móvil y benzopirénica de los motores de explosión. Muy cerca se está de que un nuevo Pedro Felipe Monlau vea premiado otro «¡Abajo las murallas!».
Al igual que en el siglo XIV cuando apenas terminada una muralla, la de la Rambla, ya se la encontró insuficiente, ahora, aún no terminados los cínturones de Ronda ya se percibe su inminente inutilidad."
Font consultada: J.B.N. La Vanguardia. 17 de maig de 1973.
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