La Ribera revelada: vida quotidiana sota les runes del Born



Les excavacions de l’antic mercat del Born han obert una finestra única al passat de Barcelona. Sota les runes que van quedar després del setge de 1714, ha reaparegut amb una precisió gairebé fotogràfica el traçat i la vida quotidiana del barri de la Ribera entre els segles XVI i XVIII. Aquelles cases, tallers i tavernes conserven encara l’empremta d’una ciutat en expansió, pròspera però alhora vulnerable a les epidèmies i a la guerra. El relat que segueix ens acosta, amb l’ajut de la recerca arqueològica i documental, a la vida dels seus habitants, les seves cases, els seus oficis i els canvis socials que van transformar Barcelona en un moment decisiu de la seva història.

"Las ruinas del Born destapan, como en una foto, la intensa vida del barrio de la Ribera de los siglos XVI y XVII

En la esquina de los Dies Feiners con la calle Xuclés, las viviendas tenían planta baja y dos o tres alturas. Como en todo el barrio. En aquel entonces, finales del siglo XVII, principios del XVIII, una vivienda con cinco plantas era un rascacielos y apenas había en aquella Barcelona de casi 200.000 habitantes. En la esquina de los Dies Feiners –antes se llamó del Joc de la Pilota– y la de Xuclés –otrora de los Jutges– poseía una casa Francesc Ballescà, justo enfrente del caserón de Pere Montoliu –uno de los grandes propietarios de la zona– y a pocos metros de una taberna amplia donde los pescadores bebían aguardiente, jugaban a las cartas y fumaban en pipas de cerámica que se compraban ya llenas de tabaco y eran de usar y tirar. 

Justo al lado de la taberna había una droguería donde se vendían ultramarinos y pescado recomprado en el puerto. El olor que llegaba de los muelles era irrespirable y se mezclaba con el hedor que desprendía el Rec Comtal, adonde iban a parar las aguas contaminadas de las blanquerías y los talleres de curtido de piel de la calle dels Ventres. Los casos de enfermos con peste o tifus eran habituales, porque había gente que seguía bebiendo del canal del Rec o de pozos contaminados. 

Así era el barrio de la Ribera que sigue aflorando con todo lujo de detalles debajo del antiguo mercado del Born. Gracias a los restos y a mucha documentación rescatada de la época, los arqueólogos y los historiadores han podido cotejar cómo era la vida en la Ribera, quién vivía en ella, cómo se vivía, quiénes eran los propietarios, qué negocios abundaban, cómo dormían... 

La Ribera no era un barrio idílico, muchos de sus inquilinos eran muy humildes, especialmente los de las calles más cercanas al puerto. “Ahí vivían –señala Toni Fernández, uno de los responsables de la explotación arqueológica del Born– los pescadores y gente que no tenía oficio o no trabajaba.” Estas casas fueron las últimas en construirse de las ahora descubiertas. El terreno donde se edificaron era poco firme y la arena de la playa –la misma que ahora está a la vista– obligaba a cavar cimientos más anchos. 

Diferentes son las casas construidas entre la calle Dies Feiners y la de Qui Va del Born y entre las calles Roldó y Xuclés..., construidas en los siglos XIV y XV, donde se concentraban más tiendas, puestos de alquiler de mulas o la taberna, que incluye una despensa subterránea digna de admirar. 

El conjunto de casas más antiguas tiene origen medieval, gótico, –por eso la trama de calles es más desordenada que los otros dos bloques– y se concentran en torno al Rec Comtal. Allí, la fotografía que quedó después del asalto de las tropas borbónicas en la guerra de Sucesión habla de talleres, de blanquerías, de esparterías y de curtidores de piel. En la calle Ventres y en la de Na Rodés también se concentran tiendas y cuadras 

“En algunas casas de Dies Feiners o de Bonaire podían llegar a vivir tres familias en una sola planta. La cocina, la despensa y la letrina solían estar en el mismo espacio”, ilustra Toni Fernández, mostrando un ejemplo de casa colindante con la calle llamada de Qui va del Born al Pla d'en Llull. 

Fernández y Pere Lluís Artigues, el jefe de arqueólogos, muestran una cocina en perfecto estado de conservación al lado de un hogar: “Se cogían las brasas, se dejaban en dos huecos, donde se depositaba la olla”. Muchas casas tenían un horno, pero la pieza estrella es la de la casa de Pere Montolio, donde el horno acaba en una chimenea enroscada de bella factura. Justo al lado de esa casa, en la que en 1714 constaba como de propiedad de Josep Marsal y donde se ha hallado un depósito de aceite, que se reutilizó como habitación en el siglo XVI, y una antigua bodega, que acabó sus días como fosa séptica, puesto que las casas de la calle Dies Feiners no conectaba con la alcantarilla –aún intacta– de la calle Xuclés. 

El barrio que presenció la crueldad de la guerra de los Segadors y que no pudo resistir al bombardeo de las baterías de las tropas borbónicas la noche del 10 al 11 de septiembre de 1714 era próspero y lo fue más de lo que se pensaba en ese periodo de entreguerras, como apunta uno de los máximos conocedores del barrio en esa época, el historiador Albert García Espuche. Él es quien ha firmado “El inventario” (Muchnik), una crónica que abarca un siglo del barrio de la Ribera con personajes reales de entonces encontrados en centenares de legajos y archivos y protagonizada por Francesc Lentisclà, notario, hijo y nieto de notarios. Lentisclà fotografía con sus documentos una Barcelona que hierve política y económicamente, que crece sin parar, que sufre epidemias de colera, peste y tifus, describe con precisión el tipo de establecimientos del barrio, su paseo por la calle Esgrima –hoy Princesa–, donde se daban clases del noble arte, su paseo por la calle Gensana, que ha aparecido en los restos del Born. “Nunca creí que llegaría a pisar esa calle”, explica García Espuche, quien recuerda que en el siglo XVII Barcelona experimenta un cambio importantísimo, revolucionario: el balcón. 

“La aparición del balcón en algunas casas y palacetes cambia por completo la relación entre la estancia privada y la calle, entre la humildad y la ostentación”, explica el autor, que, en boca de Lentisclà, se recrea en el sabor y el olor de las aceitunas, de los caramelos, en el aroma que desprenden las droguerías y las boticas, el tufo del barrio de pescadores. Y como telón de fondo, las luchas de poder en el panorama social de un barrio de 38.000 almas, de las que 10.000 no sólo se quedarán sin casa tras la fatídica invasión borbónica de 1714, sino que tendrá que cargar con sus propias ruinas."

Font consultada: Felip Vivanco. La Vanguardia. 27 de març 2002.