Escenes de la revolució i bombardeig de Barcelona



Avui us porto una finestra al passat: Barcelona de 1842, un moment convuls i tràgic alhora. En aquest article explorarem “Escenes de la revolució i bombardeig de Barcelona”, un relat que ens acosta les milícies, els crits de revolta, la por dels ciutadans i la força destructiva dels canons. Ens endinsarem en aquells dies foscos per veure com la ciutat va reaccionar, patir i sobreviure. Us convido a fer aquest viatge al passat amb mi —i a reflexionar junts sobre la memòria, la resistència i la ciutat que vam heretar.

Font consultada: Joan Roger (Atles de Barcelona)



Imprudencia de las autoridades dieron causa al movimiento del 15 de noviembre de 1842. La alarma de la puerta del Ángel de la noche del día 13 y las prisiones de la madrugada siguiente, probaron a la vez la indignación del pueblo contra las demasías del poder y la pertinaz resistencia de este a toda especie de transacción. Amotinándose paisanos y milicianos en la plaza de San Jaime , y durante todos aquellos días, las barricadas, los cañones, las escenas de tumulto y desorden propias de tales casos, daban el aspecto de un campamento a aquel teatro ordinario de las agitaciones populares de Barcelona.


En la mañana del 15 fue cuando empezó a organizarse seriamente la revolución. El general viendo el imponente giro que ella tomaba, se apresuró a declarar la ciudad en estado de sitio y disperso un ataque simultáneo por tres puntos diferentes contra la plaza San Jaime. A eso de las ocho el brigadier Ruíz, con una partida de infantería, artillería de lomo, caballería y zapadores a su orden, embistió por la Platería, cuya calle hubo de ganar palmo a palmo a balazos y apenas desembocó en la plaza del Ángel fue rechazado por los nacionales, que desde el arco de la cárcel y sus inmediaciones sostuvieron contra la tropa un fuego mortífero por espacio de más de dos horas que duró el choque.


Al mismo tiempo que el brigadier Ruíz rompía el fuego por la Platería, el brigadier Villalonga avanzaba por la calle del Duque de la Victoria para apoderarse de su última manzana que da frente a la plaza de la Constitución. Ninguno de aquellos ataques fue tan fatal y tan infructuoso a la tropa, porque después de sufrir mucha pérdida sólo logró avanzar hasta el convento de la Enseñanza, principal del cuarto batallón, que está situado al extremo de dicha calle, donde hizo cuarenta prisioneros y se apoderó de algunos centenares de fusiles.


Por todos los ángulos de la ciudad resonaba el grito de alarma. El general Van Halen viendo infructuosas sus medidas de ataque, sintiéndose impotente para dominar un movimiento tan general , hostigado, desbastado en todos los puntos, arrollado hasta en su centro de observación desde la boca calle del Conde del Asalto, quiso desalojar a los que hacían fuego tan de cerca, a cuyo fin, sin otras fuerzas de que valerse mandó dar contra la referida calle una carga de caballería. Allí como en otras partes fue denodada la intrepidez y arrojó de todo el vecindario y ojalá aquellas lecciones hubiesen convencido a la autoridad de que todo poder es ineficaz cuando un pueblo lucha con tal entusiasmo.


Triste, horriblemente triste era el aspecto que presentaba Barcelona durante la tarde del 15, cuando la revolución reclamaba por todos los ámbitos de la ciudad con siniestras voces de sangre y exterminio, cuando retumbaba en los aires el eco de los tiros y el son fatídico de las campanas tocando a rebato. Un combate muy serio se libró entonces en la Puerta Nueva por parte de la guardia y tropa situada en el vecino paseo de la Esplanada, contra los amotinados que querían dar entrada a los somatenes de fuera. Cuantas refriegas empeñadas, cuantas luchas de cuerpo a cuerpo y actos heroicos de impávido valor personal, dignos de transmitirse a la posteridad en causas más gloriosas para la nación, pasaron en aquel lance inapercibidos al través de la sangrienta polvareda que se levantaba sobre las cabezas de los combatientes.


La tropa del regimiento de Guadalajara que estaba sitiada en el cuartel de Estudios desde las tres de la tarde del 16, bloqueada, sin comunicación exterior con el general que permanecía aún en la Ciudadela, sin víveres, asistencias ni provisiones interiores se vio en la necesidad de capitular al anochecer del mismo día. En fuerza de lo estipulado en la capitulación, los jefes y oficiales conservaron sus espadas y los soldados sus mochilas y equipo, y a la mañana siguiente entregaron las armas al pueblo y se abrazaron como hermanos los mismos que el día antes se habían atacado como enemigos.


Desamparada la ciudad por sus primeras autoridades y abandonada a merced de la revolución, mientras el general se guarecía tras los bastiones de la Ciudadela, los sublevados cobrando esfuerzo con aquella especie de retirada, se atrevieron a atacarle hasta el pie de la fortaleza. En alguna de aquellas escaramuzas el jardín público situado en el glasis de la Ciudadela, que servía de puesto avanzado a la tropa fue ganando partido y recobrado, y más de un lance sangriento tuvo lugar allí hacia el anochecer del día 16.


Lució por fin el 3 de diciembre de 1842. A las once de su mañana empezó el bombardeo, fatal desenlace de aquel triste drama de diecinueve días al que sirvió de teatro una ciudad y de espectadora toda la Europa. La necesidad según decía el gobierno de reprimir y castigar una insurrección, o según la voz del pueblo el espíritu de antagonismo de una nación siempre enemiga, provocaron el hecho escandaloso que para eterno recuerdo llevará escrito Barcelona en más de quinientas de sus casas con los cascos de las bombas y demás proyectiles que en número de 1014 despidió Montjuïc durante las 13 horas del bombardeo.