La memoria de este Raval se recoge en un completo estudio de los geólogos Oriol Riba y Ferran Colombo, titulado Barcelona: la Ciutat Vella i el Poblenou, assaig de geologia urbana, publicado conjuntamente por el Institut d'Estudis Catalans y por la Reial Acadèmia de Ciències i Arts de Barcelona. No es simplemente un trabajo sobre la composición del terreno, sino que también aporta claves para entender la influencia de la geología en el desarrollo de la urbe desde su fundación en los tiempos de Roma.
La verdad es que, hoy en día, paseando por el Raval es difícil hacerse a la idea de que, a principios del siglo XVIII, era tal como lo describe la historiadora Montserrat Rumbau en su libro La Barcelona de fa 200 anys: “Una zona deshabitada, excepto por la presencia de conventos, iglesias y hospitales. Predominaban los campos y los huertos. El Raval es una zona con muchos canales y mucha agua, y resulta muy fangoso”. En el siglo XIX la situación había dado un vuelco espectacular, por cuanto, tal como cuenta Jaume Sobrequés en Historia de Barcelona, en 1833 el 33,7% de la población de Barcelona ya residía en este distrito.
El estudio de los geólogos da cuenta de cómo la construcción de las murallas medievales contribuyó a la consolidación de esta suerte de pantanal. Esto ocurría porque el Raval está a un nivel más bajo que el Eixample y las aguas quedaban estancadas en el interior del recinto amurallado.
Ferran Colombo explicó a La Vanguardia esta evolución; una historia que empieza con Roma. “Las civilizaciones antiguas se instalaban donde había buenas condiciones”, cuenta el geólogo. Y los romanos escogieron el monte Táber, que corresponde a la actual plaza Sant Jaume y sus alrededores, y que fue amurallada en dos ocasiones; la primera en el siglo I de nuestra era y la segunda en el siglo IV, cuando se adosó un impresionante lienzo reforzado con setenta y ocho torres.
Entre este recinto y Montjuïc se extendía un llano regado por numerosas rieras y torrentes que bajaban desde otros barrios de la actual Barcelona, como los d'en Malla, Tarongers, Creu d'en Malla o Magòria. Estos cursos solían provocar inundaciones, pero la mano del hombre cambió la situación. Riba y Colombo describen cómo el factor decisivo fue la edificación de la primera muralla medieval, la conocida como de Jaume I, entre los siglos XIII y XV, que discurría por lo que hoy es el margen izquierdo de la Rambla. Esta fortificación, y más la ampliación del lienzo, llevada a cabo en la época de Pere III (siglos XV y XVI) y que rodeaba el Raval, tuvo un doble efecto, explican los científicos: impidió las avenidas porque desvió todas las rieras que antes circulaban libremente, pero también imposibilitó la renovación de las aguas del interior de la ciudad.
Uno de los cauces que cambiaron de rumbo fue la riera d'en Malla, que siguió su viaje hasta el mar justo por lo que hoy es la Rambla. Una de las aportaciones del estudio es explicar que la Rambla se formó como riera sobreelevada; es decir, que el cauce estaba por encima de los terrenos de las riberas. La causa fue que los depósitos de aluvión elevaron el curso, y aún hoy puede percibirse porque las calles que parten de la Rambla descienden hacia la Via Laietana. Ferran Colombo cuenta que una de las pruebas de esto son los restos de los puentes que se construyeron para salvar la corriente, como el que se ubicaba frente a la Portaferrisa, del que hay vestigios arqueológicos. La Rambla llevó agua hasta 1447.
¿Qué paisaje veríamos si nos encaramáramos a esta muralla? Ferran Colombo lo explica: “Un lugar muy húmedo, con aguas estancadas.Una marisma de paisaje herbáceo. La fauna seguramente quedó muy esquilmada ya en la época de los romanos”.
De todas formas, no hay que hacerse ilusiones: no era un lugar idílico ni bucólico. En la zona donde hoy están la calle Hospital y los jardines de Sant Pau del Camp había una laguna de cuya condición no había duda, visto el nombre: el Cagalell Vell. La cosa no mejoraba a poca distancia, en la actual calle Nou de la Rambla, donde varias lagunas más se conocían como Cagalells Nous. A estas charcas iban a parar las inmundicias y los detritos que desaguaba la ciudad, y quedaron dentro del nuevo recinto urbano cuando se trazó la ampliación de la muralla medieval, con todos los problemas sanitarios que ello comportaba.
Es evidente que de este paisaje pantanoso no queda nada. La urbanización del XVIII cortó los cauces de torrentes y rieras y secó las lagunas. Pero, bajo el asfalto del Raval, queda un terreno fácilmente inundable, como se ha demostrado en varias ocasiones. Por ejemplo, en la construcción del metro y los edificios de Drassanes afloraron barros pestilentes y fue necesario bombear mucha agua, lo mismo que para cimentar el Liceu, comenta Ferran Colombo.Y la zona donde estaba el Cagalell Vell sufría periódicas inundaciones tras las tormentas, hasta que se construyeron los depósitos pluviales. Es la memoria de la marisma del Raval."
Font consultada: -
Santiago Tarín. Article publicat a La Vanguardia. (19.10.2009)
Plànols:
Plànols:
Estudi Oriol Riba i Ferran Colombo. Raúl Camañas (LV)